Querido tío,
Hoy es el orgullo mundial en Madrid. Se engalanan los
vecinos de enfrente, la ciudad hierve de purpurina, los periódicos y los museos
se visten de arcoíris y yo pienso en ti.
En ti y en José Luis que quizás esté por aquí o tal vez sentado
en un salón con cortinas de macramé, allí en Málaga, viendo el desfilé por
televisión, a escondidas de su mujer que colabora con la parroquia para la
próxima procesión de la inmaculada. Recuerdo las polaroids borrosas que tu hijo robó del cajón con
llave de tu escritorio, vuestras pollas paralelas, vuestras sonrisas húmedas. Mi
primera vez con José Luis en el pajar. Cómo lo echaste de tu casa. Era bello, a
mí también me lo parecía.
Hoy, mientras te escribo, estoy sola. Amé mucho y pocas
veces bien, tuve novias y novios, milité por ser y no ser, por desear a la vez,
por negar el armario que, en aquel entonces, solo servía para guardar sábanas y
olor a naftalina. Peleo todavía. Hoy el sexo tiene muchos prefijos y se escribe
sobre ellos en diarios de tirada nacional. Con ellos me pasa lo que
experimentaba en las tiendas de ropa donde me llevaba mi vieja, nada me
quedaba.
Hoy marcharé con otros miles que tienen clara su identidad mientras
yo no logro dar con ella. Envidio su coherencia. Su seguridad. Sus pocas dudas.
Me gustaría saber que siempre me atraerán ellos, o ellas,
vestirme en consecuencia, tener amigos afines, sentirme parte de una familia. Desfilar
detrás de una bandera que sintiese mía.
Hoy marcharé por ti, querido tío, por todos los que, como
tú, no pueden estar ya porque se los llevó por delante el SIDA de los ochenta.
El que no dejaba lugar a dudas, el que os arrancaba la piel a jirones y os
aislaba de cualquier abrazo, el que vi desfigurarte en una habitación de
hospital donde las enfermeras entraban con traje de buzo.
Hoy marcharé por ti, querido tío, por ti y por tu último novio, él
que no pudo ir a recoger sus cosas en vuestra casa porque mi primo cambió la
cerradura mientras se celebraba tu funeral donde no vino ni el tato.
Hoy marcharé, querido tío, para que el arcoíris se vuelva
blanco de moverse tanto, como en los experimentos de óptica que hacíamos en el
colegio. Entonces sí quizás encontraré la bandera que me deje sonrojarme cada vez que alguien me invade, me descalabre, me ocupe sin remedio. Una
bandera que no pueda traicionar. Hoy
marcharé por ti y por mí, querido tío. Te quiero.