Para algo.
Ángela progresó mucho y
ya es capaz de volar con Hassan si el viento no sopla muy fuerte. Laila primero
la lanza a ella y después lo lanza a él, vuelan en círculos paralelos, el suyo
es más pequeño. Hassan le enseña como sumergirse en las corrientes y cómo
adivinar su destino. Hay corrientes tramposas que parecen subir, pero luego
bajan a toda velocidad, como aves de presa; entonces es difícil salirse de
ellas antes de que te estampen contra el suelo. Hay otras, por lo contrario,
que describen parábolas enérgicas y pueden llevarte hacia arriba, muy arriba en
el cielo, donde ya no se puede respirar. Las corrientes de aire son como las
del mar, más veloces todavía pero igual de imprevisibles. Para adivinarlas, es
imprescindible lanzarse a ellas con fruición cuando te reconocen al rozarte.
Algunas te llaman y otras te rechazan. Esto es lo que hay que percibir a la
hora de optar por la correcta. Ángela asiente, pero no entiende una palabra de lo
que le cuenta Hassan. Está demasiado concentrada en mantener las alas abiertas
y los brazos pegados al cuerpo. Ve a Leila muy pequeña y a la copa de los
árboles, a las torres lúgubres de la antigua cárcel. Sus plumas vibran como
pequeñas harmónicas, el viento silba entre ellas. Sonríe a Hassan, las
extremidades de sus alas se acercan y se alejan, describen una trayectoria que
ahora es una elipsis, un círculo aplastado, un huevo. Siguen un espiral
perfecto que les lleva a tierra despacio, como si fueran hojas deslizándose por
un tobogán suave e invisible. Aterrizan a la par. Sus alas se quedan abiertas,
blancas y verdes, se miran como si nunca se hubieran visto. Dura poco, un
parpadeo. Leila llega y los abraza, está llorando “Fue precioso verlos”.
Estallan de risa, arman un corillo y los mellizos le cantan en su
idioma. Es una canción que celebra a los que tienen alas para algo.
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