9 nov 2007

Lo que nunca llega...


Febrero 98.

El cielo ruge sobre Tel Aviv. Hace mucho calor y la calle es multitud. Todas las tiendas están abiertas y la mejor onda FM es del ejercito.
Soldadas de kaki con los galones colgando entre mechones de colores hacen shopping en la calle Sheinkin, ultimo bastión de los techo pop Israelíes.
El cielo ruge y llena el aire de temblor, trueno anacrónico en un cielo despejado, como el bostezo aburrido de un león escondido.
Nadie levanta la cabeza. Los cazadores vuelan muy alto pero se sabe cuando atraviesan la barrera del sonido.
Un hombre de negro y barba blanca camina, los ojos clavados al suelo, entre adolescentes flacos, tatuados e ambiguos, vestidos de naranja hipnótico.
Zumos, sésamo, cigarrillos. Hay un quiosco cada veinte metros. Cierro los ojos. Los abro. Le pido en Ingles un mechero al chico del chiringuito. Es chiquito y redondo. Lleno de músculos hinchados por sus ochenta flexiones diarias. Me mira, piropea, bromea con otro en Hebreo. Soy una turista gabacha en Oriente Próximo.
Hay "tensión en el Golfo". Aquí las encuestas del periódico revelan que la mayor parte de la gente esta serena, que la afluencia a los centros de recambio de mascaras de gas es escasa, que solo el 15 % de la población se plantearía abandonar la ciudad en caso de bombardeo convencional o biológico.
En la ultima guerra de G Bush padre contra Sadammned, el alcalde de Tel Aviv considero públicamente como traidor a cualquiera que decidiese abandonar la ciudad. Hoy el diario se hace testigo de las intenciones heroicas de los ciudadanos. Resalta por otra parte que, al no haber consenso y alianza internacional atrás de la bragueta de Clinton, esta vez Tel Aviv no se dejará bombardear sin chistar.
El reactor nuclear de Beer Sheva borbotea en el Neguev.

Ayer di la primera vuelta en solitario a las afueras de Tel Aviv. De Rehovot a Rishon y de Rishon a Tel Aviv. Sería en Castellano, de Calles a Domingo y de Domingo al Monte de la Primavera. Todo un programa. Las ciudades se parecen como hermanas. Todo es nuevo y prolijo. No hay un alma en la calle pasadas las 12. Una flotilla impresionante de autobuses desparejos se para en estaciones que son todas centros comerciales.
Me paran y abren la bolsa de malabares, me cuesta una demostración hacerle entender al vigilante que son juegos de fuego sin peligro.

De Ashdod a Rehovot siento mi cabeza pesar en los botes de amortiguadores cansados del autobús. Tengo sueño en la oscuridad y el teléfono mobil de uno de los soldados vecinos me despierta a tiempo para bajar en la avenida Herzl, cerca del chiringuito de Sami Burrecas en Rehovot.

La tensión ya pasó. En los últimos días de balanceo entre intervención armada y pacto internacional, busco alguna manera de encontrar una mascara de gas. Hay que esperar el avión que trae un suplemento para los trabajadores extranjeros.
Llamo a la embajada, una Francesa muy civilizada me informa que no es en absoluto su problema. De esto se ocupa el ejercito. Le pido algún numero de teléfono donde informarme, me dice que el Tsahal me llamará en el momento justo y adecuado.
Ante mi sorpresa incrédula ¿Cómo coño va a saber el ejercito donde estoy? Me responde que en este país, el ejercito lo sabe todo.
Más cerca de Dios, mueres!
Gilad me dice que de todos modos leyó en el periódico, del cual no puedo descifrar una palabra, que el embajador Americano prometió a su homologo Japonés que EE.UU no empezará a bombardear antes que terminen los juegos Olímpicos Nipones, al fin de no quitar al acontecimiento la prioridad televisiva mundial que le corresponde.
Estamos tranquilos hasta el 22 de Febrero.
Mientras tanto, se llenan los aviones y un departamento en Eilat, al sur del país se negocia por 2000 $ al mes. Cruzamos los niños al salir de la escuela con sus mascaras homologadas y Gilad desentierra la suya del desván de la casa.
Hacemos muchos chistes con Nomi que no encuentra el nylon anti gas, agotado en todos los negocios, con el cual tendríamos que aislar una habitación del piso y encerrarnos allí los tres, esperando que caigan virus del cielo.
Me cuenten historias del 91, gente que se ahogo con su propia máscara por olvidar de abrir la palanca de oxigeno. Quejas de los barbudos que se afeitaron en el ultimo momento por no tener máscaras especialmente adaptada a su sistema piloso, vacunas contra el Ántrax injectadas antes de tiempo que mandaron muchos ansiosos a los departamentos de urgencia de los hospitales de Tel Aviv.

Los bombardeos de la guerra del Golfo provocaron siete muertos y destruyeron dos edificios en Tel Aviv, casualmente desocupados en este momento.
Los religiosos recordaron enseguida que, en esta guerra, Dios estaba del buen lado y que se trataba de la clara muestra de un milagro divino.
De esos siete muertos, uno solo falleció por causas directamente ligadas al bombardeo. Los otros perecieron o bien de paro cardiaco, o bien de una utilización errónea de las mascaras y vacunas que les habían sido entregadas por el ejercito.
La amenaza de bombardeo químico despierta miedos ancestrales que remiten a las dos más antiguas plagas que conoce el ser humano, la guerra y las epidemias.
En los días previos a la visita de Kofi Anan a Bagdad, la foto central del principal periódico muestra, en primer plano, las manos de un científico con traje de cosmonauta, llenas de píldoras de todos los colores, antibióticos especialmente diseñados para responder al arsenal químico de Sadam Hussein.
Hay reportajes en los territorios ocupados de la franja de Gaza. Explican como allí la gente tira las mascaras que les distribuye el ejercito Israelí, como bailan en los techos llamando a gritos a los misiles del país hermano. Retrato de Sadamm alzado, dos banderas quemadas para los equipos de televisión, Israël y Estados Unidos.
Entrevistan a una vieja Palestina que sospecha de la autenticidad de las mascaras y piensa que, en realidad, la quieren envenenar.

El pánico es general, helado, callado y perfectamente controlado.

Siete años después de los siete muertos de la primera guerra mundialmente mediatizada, en el bullicio variopinto de la calle Sheinkin, la gente compra, reza y regatea. Se cortan las conversaciones en las terrazas de los bares cuando desgaran el cielo los aviones, hace un calor de primavera, todo el mundo esta de mangas cortas y comenta el día para no pensar en la guerra que nunca llega, en los miedos milenarios, en el pánico atonito que le quita la palabra al miedo.
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