9 nov 2007

El país de las tres mil colinas


La primera vez que volé a Tel Aviv, tuve en el avión el recuerdo lejano de una descripción sacada de la Biblia acerca de la Tierra Prometida: "El país de las tres mil colinas".
La tripulación Italiana, sonrisa blanca y rostros plásticos, iba controlando a grandes penas el entusiasmo de muchos de los pasajeros durante el vuelo que nos llevó de Roma a Tel Aviv, cruzando un azul intenso entrecortado de rocas dentadas que, desde el cielo, parecían dinosaurios petrificados.

Cyclades, Creta, Chipre, cuando fueron visibles los primeros recortes de la costa Libanesa, mi vecino de la izquierda, un viejo pelirrojo con kipa en la calva y cara de científico en las nubes, dejó de tratar de explicar los primeros rudimentos de la Torah a su vecino Japonés y se puso a cantar.
Las azafatas aleteaban desesperadamente alrededor de un grupo de negociantes orientales de camisas abiertas y cadenas de oro en el pecho que se rehusaban a respetar las condiciones rituales de un aterrizaje. De pie, vociferando, el más gordo de todos pedía en Ingles unas copas para brindar a la salud de la ya cercana Tierra Santa.

Sobrevolábamos la playa de Tel Aviv y yo, buscando las colinas.
Un amigo Hebreo me dijo que Tel Aviv significaba " El monte de la Primavera". Me pareció muy romántico y lo asocié a una de las tres mil colinas bíblicas pero, al mirar la ciudad costera que se desplegaba abajo, plana como una mano abierta, sentí una confusión extraña.
Algo como el fraude de unos prejuicios insidiosos que le hacen creer a uno que algo sabe de este pedazo de tierra antes de haberlo pisado jamás.

Al tocar el suelo, resonaron aplausos y algunos cantos cubiertos por el silbido de los frenos,
Los negociantes se levantaron, hechos un solo hombre y se precipitaron sobre los maleteros.
El piloto, tras un par de avisos helados y todavía en plena velocidad pegó un frenazo que dejó a tres de ellos panza arriba en el corredor central.
Se volvieron a sentar, callados y, a los cinco minutos, resonó por el alta voz la versión poco convencida del Comandante Pirreli que invocó a un perro suicida, cruzando la pista en dirección perpendicular a la nuestra.

Una de las primeras palabras que identifiqué por escucharla repetida en todas las bocas fue "Balaguan". Supe luego que no era Hebreo sino Ruso y que significaba literalmente "Follón".

Al salir de avión, nos esperaban, en un hall lleno de gente, unas lentas y largas colas de atención individual a cada pasajero. Anuncios se deletreaban en rojo sobre una pantalla negra de cristales líquidos. De derecha a izquierda, de izquierda a derecha, en Ingles, en Hebreo.
Los soldados encargados del control de los pasaportes y de la seguridad del aeropuerto son, en su gran mayoría, mujeres que no pasan de los veinte años. Tienen una mirada fija de atención máxima de pocos segundos entre los movimientos automáticos del papeleo. Son oficiales del ejercito, especialmente preparadas para este tipo de tarea.

En las colas, familias de Brooklyn en peregrinaje, nuevos inmigrantes Rusos, un rabino con un sombrero negro de felpudo que en un principio asocié a los famosos Borsalinos de Al Capone. Cajas de cartón, maletas de ejecutivos, un barullo de idiomas que le remite a uno a su condición de espécimen casual de un Zoo humano, allí amontonado.

El aeropuerto Ben Gurion tiene algo que ver con Jerusalén Este.

Es la misma mezcla sin lógica de personajes milenarios que hace aparecer un par de popes ortodoxos Griegos entre dos imams y tres rabinos, la misma sobrevigilancia por soldados de verde oscuro, rubios, negros, algunos de familias Iraquies, Marroquíes, todos Judíos pero alguno que otro Beduino, es el mismo mareo de convicciones y confesiones, alfabetos e idiomas que plantea una primera pregunta ¿Quien es quien?

A donde llegó el monotheismo, se conoce Jerusalén.

Que sea por la digestión inconsciente de mensajes mitológicos o bien por la intensa cobertura mediatica que trae a todos los hogares la pelea por la tierra más veces conquistada del mundo, gran parte de la humanidad se siente, de alguna manera, parte del conflicto y opina a favor o en contra de tal o cual de los bandos.
Como si de un western se tratara, buenos y malos son claramente definidos y la película posee las cualidades necesarias de una super producción cinematográfica. Un trasfondo histórico y universal que facilita la catarsis a gran parte de los poseedores de televisores, un guión simple, extensible a discreción, que no deja lugar a dudas o ambigüedades.

Los ejércitos inventaron el uniforme para que nadie se confunda. En Israël, a veces, hasta esto no ayuda.



No hay comentarios: